El último anexo del libro nos muestra la relación entre la evolución y las patologías degenerativas del envejecimiento humano. De la mano de los más prestigiados estudiosos de las remanentes culturas de cazadores recolectores nómadas que subsisten en el planeta, observamos con sorpresa que tales patologías degenerativas son desconocidas entre ellos. El pueblo que es considerado más representativo del modus vivendi de los ancestros del ser humano por los últimos millones de años, son los Hadza quienes poseen la mayor diversidad genética del planeta, lo cual implica que el resto de la humanidad proviene de subconjuntos de una comunidad original que incluía a los Hadza y ellos por tanto son algo así como “una ventana al pasado prehistórico del ser humano”.
Es un pensar intuitivo y completamente erróneo el suponer que la súper salud que manifiestan los Hadza (hombres, mujeres y ancianos) se debe a que están dotados de genes superiores a los nuestros. La dotación genética del hombre civilizado es idéntica a la de las comunidades más representativas del modus vivendi prehistórico. Lo que ocurre es que nuestros genes evolucionaron adaptados a una vida de cazadores recolectores (tipo Hadza) y desde el advenimiento de la agricultura hace unos 10.000 años atrás, hemos creado un modus vivendi por entero diferente a la vida que seleccionó nuestros genes. Esto es, nuestro ser biológico está adaptado para una manera de vivir que ha desaparecido. El resultado es que entre el 90 al 95% de nuestras patologías tienen su origen directa o indirectamente en que realizamos un vivir desadaptado de la vida que hizo surgir nuestros genes.
El epílogo muestra cuales son las medidas que debemos tomar para reducir a un mínimo las patologías degenerativas del envejecimiento.