El árbol

El lenguaje y las palabras no transmiten per se información alguna

Una visita “inteligente”

A finales del año 79 fui a visitar a Chicho (Maturana) a su laboratorio para decirle que las nociones de la naturaleza cognitiva animal y humana que había aprendido en su laboratorio, habían sido muy útiles para mi propia vida y pensaba que tales nociones podían salir del laboratorio a caminar por el mundo de la comunicación social y ser un aporte a la cultura general. Mi concisa proposición era que debíamos hacer un libro con la gran pesca que se obtiene al tirar las redes de la curiosidad al mar de la biología cognitiva. Particularmente encontraba que su manera de mirar el sistema nervioso era muy valiosa y totalmente desconocida para el público general.   

Mi idea era estructurar un libro que mostrara cuáles son los procesos biológicos que nos hacen entender lo que entendemos en un lenguaje sencillo y en forma muy didáctica. Solo así tal conocimiento podría ayudarnos a manejar mejor nuestras vidas y a relacionarnos mejor con los demás, porque entender cómo opera nuestro proceso de aprendizaje a partir de la biología evolutiva, revela que todos los seres humanos somos hojas de un mismo árbol, esto es, compartimos un mismo proceso de adquisición de conocimientos, si bien aprendemos a ver significados diferentes de un mismo mundo que nos rodea, la prueba está en la gran diversidad de culturas diferentes que existen.

Humberto me contestó algo inolvidable, dijo que encontraba muy inteligente lo que le proponía, y agregó inmediatamente riéndose, -claro, yo lo encuentro inteligente porque opino lo mismo que tú-. Acto seguido sugirió que invitáramos a Pancho Varela a participar. Le dije que era muy posible que a la OEA le podría interesar un libro así, y me guardé el paso previo que ya había dado para no crearle falsas expectativas.

Porque la verdad es que cuando fui a ver a Humberto llevaba una marraqueta bajo el brazo, ya que pocos días antes había pasado una tarde conversando con Germán Zincke de Asuntos Sociales de la OEA, y le había contado de mi trayectoria por laboratorios de neurobiología y que creía que las nociones desarrolladas por Humberto Maturana (desconocido total a la fecha) podían tener aplicaciones prácticas para una institución como la OEA que lidia con congeniar culturas disímiles entre si. Ese fue el minuto decisivo, porque Zincke me alentó a preguntarle a Maturana su opinión de hacer un libro para público general y luego volviera a comentarle su respuesta, en el intertanto él conversaría esta innovadora proposición con Richard Hughes director de la OEA en Chile. Faltaba solo que Chicho hablara con Pancho (otro gran desconocido). Me refiero aquí a “desconocidos” para el público general, ambos eran ya biólogos reputados en los medios científicos internacionales, particularmente Maturana.

 

Nace el Árbol en una pajarera

Finalmente, poco antes de año nuevo (dic. 79) Humberto, Pancho y yo nos reunimos en mi casita donde vivía tras la casa paterna que era parte de una gran pajarera, y planeamos la ejecución de un libro que se llamaría El Árbol del Conocimiento. Allí también se dieron las reuniones con uno o con ambos cuando había que llegar a consenso sobre redacciones que debían ser más claras de explicar, y allí el dibujante Francisco Olivares nos presentaba sus avances. El objetivo sería dar bases científicas sobre cómo a partir del operar de nuestro cerebro surge nuestro proceso de entendimiento, conocimiento, aprendizaje, como se quiera llamar, es decir, cómo generamos nuestra realidad. Y bueno, Germán Zincke consiguió que la OEA –Richard Hughes- financiara el proyecto quedando Zincke como supervisor general, yo como director y editor del libro, y Maturana y Varela serían los autores.

Porque podemos tener muy claro lo que estamos queriendo transmitir, pero quien nos escucha o nos lee puede estar entendiendo absolutamente otra cosa ya que es su historia particular la que “arma” lo que entiende. El lenguaje y las palabras no transmiten per se información alguna lo que es un concepto contrario a la intuición natural. Cada cerebro entiende lo que entiende dado su historial de aprendizaje. Este hecho es característico de la comunicación humana, y una fuente de malos entendidos.

La OEA me había otorgado el financiamiento para este prometedor proyecto y no quería perder tan magnífica oportunidad dejando que dos eminencias científicas como Maturana y Varela conversaran y redactaran a su libre albedrío en sus laboratorios vecinos (“barracas” los llamaban), porque el resultado sería que terminarían por producir un galimatías indescifrable para un público masivo, ya que el libro que habían hecho juntos De Máquinas y Seres Vivos mostraba claramente este hecho. Y lo peor de todo era que el libro a producir eran las ideas contenidas precisamente en De Máquinas y Seres Vivos (1), por tanto el nuevo libro parecía ser para ellos cosa de coser y cantar. Nada podía estar más lejano a mi pensamiento, puesto que recordaba la especie de pánico que me dio cuando estando en el laboratorio de Humberto comencé a leer tal libro el año 74, y me encontraba secciones en que lloraba en mi interior por una Piedra Rosetta. Me desesperaba el lenguaje utilizado para explicitar la circularidad conceptual que encierra el fenómeno de mostrar cómo opera la mente humana desde la propia mente humana, y para mantenerse en un criterio científico había que evitar la tautología explicativa. No me imaginaba en ese entonces que el gran deseo de leer conceptos tan importantes en un lenguaje entendible, se haría realidad con este proyecto que había conseguido con OEA. Era una oportunidad única.

Este libro llamado El Árbol del Conocimiento, Las Bases Biológicas del Entendimiento Humano (2), lo comenzamos a principios del año 80 y fue publicado a fines del año 84 y durante un buen tiempo batió records de venta. Sin falsa modestia creo que gran parte de este sorprendente éxito de un libro de ciencia avanzada, se debió no solo a su interesante tema, sino muy en particular a la manera como terminó por estructurarse puesto que fue orientado al futuro lector. No tendría que estar centrado en lo que los autores quisieran decir, ya habían escrito su libro con tales ideas hacía 8 años y fue de muy restringida circulación (1). Esta vez se trataba de generar un libro que fuese comprensible para personas sin formación científica, y debía ser tan corto como fuese posible sin que se transformase en una enciclopedia de neurobiología. Tal era el gran desafío por delante.

 

El protagonismo se le entregó al lector

Me vi obligado a ejercer una gran imposición en los autores, la cual provenía de una sugerencia de Richard Hughes, quien me comentó que estaba preocupado porque temía que el libro se transformara en otro libro de ciencia más y entendible solo para iniciados, lo que no estaba en los mandatos de la OEA. Esta presión sobre el objetivo final, significó enfrentamientos de mayor cuantía entre nosotros tres, porque exigió un trabajo considerable y un lento avance, por lo que tuve que aguantar la presión de ambos autores diciéndome varias veces ¡cierra de una vez por todas y da por terminado el libro! No me dejé torcer la mano, en un momento dado al pedir yo por enésima vez la re redacción de un concepto que no se leía fácil, Humberto perdió los estribos y muy molesto llegó a decir: -¡es que yo estoy en la explicación, no en la comunicación!-, tal exclamación fue deslumbrante para mí, contestándole de inmediato, -exacto, pero sucede que yo estoy en la comunicación de estas explicaciones, ¡si quieres llegamos hasta aquí, y adiós libro!

No fue la única vez que el río de la paciencia del gran hombre se salió de cauce, pero  por mi parte siempre tenía a mano el recuerdo de lo estúpido que me sentí leyendo una y otra vez párrafos de De Máquinas y Seres Vivos, no entendiendo y a la vez sabiendo que había algo por entender. No quería darle ese impasse a la gente de la OEA que nos había respaldado. La gran ironía fue que con los años mi querido Chicho terminó dedicando su vida a la comunicación social fundando el instituto Matríztica, pero él ya contaba con la experiencia de las interminables sesiones que tuvimos redactando una y otra vez párrafos que yo luego hacía leer a otras personas para ver qué entendían de lo escrito. Maturana aprendió de sí mismo sin duda alguna el arte de comunicar en forma sencilla ideas complejas, pero entresacar a un maestro de la comunicación de un sagaz felino que acostumbraba mostrar los colmillos muy a menudo, eso fue obra de la manera como se estructuró la ejecución del libro. Entre otras cosas, para lograrlo busqué el apoyo de una empresa de ilustradores recomendados por Alberto Vial Armstrong, con lo que se generó el gran apoyo visual que tiene el Árbol.

No fue trivial navegar el oleaje de tensiones bajo el cual nació el Árbol, la primera vez que tuvimos un borrador completo, Chicho y yo acordamos que un concepto central no estaba definido con mucha precisión, y habría que revisar el libro completo debido a las repercusiones que podrían aparecer “contaminadas” al definirlo en forma más precisa. Ahora el que estalló fue Francisco, ansioso por terminarlo para hacerlo luego traducir y publicar en inglés, al punto que se retiró del proyecto. La postura de Humberto y mía fue respaldada por Zincke, así que aguantamos el chaparrón del retiro de Pancho, y seguimos adelante los dos solos, examinando con lupa lentamente el libro entero. Finalmente Pancho de buenas ganas aceptó los cambios introducidos y se reintegró al proyecto.

A mi juicio lo central del Árbol en términos de haber logrado conquistar una gran audiencia no solo en el mundo de la ciencia, radica en la manera como se organizó su redacción. G. Zincke había comprendido que el libro debía ser redactado en función de satisfacer las preguntas que les surgirían a quienes lo leerían. Un concepto radicalmente antípoda a dejar que dos autores de ciencia redacten libremente sus ideas. La manera de lograr esto fue que les solicité a Chicho y Pancho que organizaran conceptualmente el libro (lo que hicieron rápidamente en 10 capítulos), pero a continuación, en vez de que lo redactaran organicé un seminario de 10 sesiones invitando gente de distintos ambientes, credos y política, limitando el grupo a solo 100 personas invitadas que hubo que mantener estable pese a la gran atracción que suscitó el seminario y negando la entrada a un nuevo público que solicitaba asistir. Se turnaron Maturana y Varela en dar una sesión semanal por cada capítulo ya estructurado. El detalle interesante fue que cada sesión explicativa no podía sobrepasar una hora de exposición, y el resto del tiempo, tanto como fuera necesario, estaba destinado a responder las preguntas del público hasta que se diera por satisfecho, equivalente a decir que se había entendido el capítulo. Es decir, el personaje central fue el público asistente. Luego se transcribía completa la sesión grabada. Finalmente se obtuvo un grueso compendio de todas las sesiones incluyendo las preguntas de los asistentes. Y comenzaron las largas reuniones de redacción final.

Esta manera de operar tuvo un beneficio inmediato, dado que podíamos examinar al detalle cuáles eran los puntos conceptuales más conflictivos puesto que concentraban más preguntas de los asistentes al seminario, quienes representaban de facto a los lectores futuros. Sobre cuatro largos años de trabajo requirió redactar explicaciones sencillas de entender referente a conceptos complejos,  apoyadas por una gráfica ad hoc.

 

Surge el “mapa conceptual”

Pero igual se gestó un problema no menor, las personas a quienes les daba de leer los capítulos supuestamente terminados y que no habían asistido al seminario, se quejaban que se “perdían” conceptualmente a medida que se iban agregando más y más conceptos nuevos por lo cual les costaba retener la visión general. Esto era muy significativo porque era un libro conceptualmente “circular”. El punto de partida era la explicación científica de la experiencia cotidiana en tanto fenómeno del conocer. Y al final del libro había que haber podido explicar los procesos que generaban precisamente el fenómeno del conocimiento. La solución estaba gritando en silencio, se trataba de realizar un mapa del derrotero conceptual del libro y mostrar las relaciones entre conceptos cosa que entre Chicho y Pancho hicieron con mucho agrado. Así cada capítulo se iniciaría sabiendo cuáles conceptos se iban agregando a los ya explicitados en los capítulos anteriores puesto que se destacaban en rojo. Este “mapa conceptual” fue de una inmensa ayuda para comprender la extensión del paisaje de conocimientos cubiertos por el libro y cosechó aplausos apenas fue introducido en las lecturas de prueba, por lo que fue como un aviso que la redacción se aproximaba a su fin. Este mapa fue una radiografía a la estructura conceptual del libro, ya que acercaba al lector a ver el conjunto presentado.

En tanto editor del libro y director del proyecto me correspondió escribir la presentación del libro y hacer una reseña tanto de la historia de las ideas presentadas, como de la importancia de incorporar los procesos que rigen la adquisición del conocimiento humano, sacándolos del laberinto conceptual de la ciencia especializada,  y llevando tales conceptos a la cultura general. Llamé a esta introducción Al Pie del Árbol.

El Árbol fue un libro pionero en su tema siendo continuamente citado en publicaciones de ciencia, y editado en una veintena de idiomas.

 

Bibliografía

Libro

La columna vertebral que le da estructura conceptual al libro escrito por mí, se basa en la introducción de la noción de “súper organismos” (Cap. 16 & Anexo Somos Matriushkas).

Este principal concepto nos hace ver que el portentoso desarrollo de la inteligencia humana no tiene que ver con una facultad privativa de individuos superdotados, sino con la co-adaptación cooperativa entre organismos individuales constituyendo súper organismos, sean estos biológicos o de  civilización. 

 

© ROLF BEHNCKE | Explorador